No podíamos dejar de hacernos eco en este blog, que suele transmitir noticias importantes para nuestra comunidad de Salesianos Cooperadores y miembros de la Familia Salesiana y creyentes en general, de la gran noticia de estos días: la RESURRECCIÓN. Sobre su significado para nosotros, y como breve texto para la reflexión y oración personal, os ofrecemos algunos párrafos de las “Catequesis Cristológicas” escritas por José Antonio Pagola:
A partir de la resurrección de Jesús, los cristianos comprendemos la vida del hombre de una manera radicalmente nueva y nos enfrentamos a la existencia con su horizonte nuevo. El mal no tiene la última palabra. Si hay resurrección, ya el sufrimiento, el dolor, la injusticia, la opresión, la muerte no tienen la última palabra. El mal ha quedado “despojado” de su fuerza absoluta. Si la muerte, último y mayor enemigo del hombre, ha sido vencida, el hombre no tiene ya por qué doblegarse de manera irreversible ante nada y ante nadie. Las muertes, las luchas, las lágrimas de los hombres continuarán, pero, si se vive con el espíritu del Resucitado, no terminarán en el fracaso. Los cristianos nos enfrentamos al mal y al sufrimiento de la vida diaria, sabiendo que a una vida “crucificada” solo le espera resurrección. Nos sostiene la palabra de Jesús: “En el mundo tendréis tribulación, pero, ánimo, yo he vencido al mundo” (Jn 16, 33).
La resurrección nos hace Cristianos esperanzados, y esta esperanza tiene algunas características esenciales:
a) Realismo: Los creyentes han sido acusados con frecuencia de irrealismo La única postura válida y realista será enfrentarse a la realidad presente sin soñar con un futuro que todavía no existe y que no sabemos si existirá alguna vez. Los cristianos creemos que la única manera realista de acercarnos a la vida es tomando en serio todas las posibilidades que se hallan encerradas en la historia de los hombres. El creyente se acerca a la realidad como algo inacabado, algo que está en camino de realizarse, algo que está en construcción. El que se aferra a la realidad tal como es, el que se instala y se establece en esta vida tal como actualmente es, no es realista pues excluye el futuro, niega el porvenir y, por lo tanto, niega las posibilidades que encierra la historia de los hombres. Solo desde la esperanza cristiana buscamos nosotros un significado pleno a la vida.
b) Inconformismo. El que de verdad cree, espera y ama el futuro último de Dios para los hombres no puede conformarse con el mundo actual tal como está. La esperanza no tranquiliza al creyente sino que le inquieta, ya que nos descubre la distancia enorme que todavía nos separa del futuro último de Dios que nos está reservado. El cristiano, precisamente porque cree en un mundo nuevo, no puede tolerar la situación actual llena de odio, mentira, inquietud, injusticia, opresión, dolor y muerte. Su esperanza le obliga a cambiar, renovar, transformar, dejar atrás todo esto. La esperanza cristiana, bien entendida, desinstala e impulsa al creyente a adoptar una actitud de inconformismo, protesta, lucha, transformación y renovación. El que no hace nada por cambiar la tierra es que no cree en el cielo, pues acepta el presente como algo definitivo (Ef 5, 8-11).
c) Compromiso. La esperanza cristiana debe impulsar al creyente a configurar la realidad actual a la luz del futuro que se nos promete en Cristo, para crear ya, en lo posible y lo mejor posible, lo que estamos llamados a vivir definitivamente. Los creyentes deben luchar ahora contra toda injusticia, esclavitud, odio, deshumanización, pecado_ que esté en contradicción con lo que esperamos para el hombre. La esperanza cristiana debe destruir en nosotros toda falsa resignación ante el mal instaurado en nuestra sociedad o en nuestras personas.
d) En comunidad. La esperanza cristiana no se puede vivir aisladamente sino en comunidad. Todos los creyentes formamos “un solo cuerpo y un solo Espíritu como una es la esperanza a la que hemos sido llamados” (Ef 4, 4). Por encima de nuestros conflictos, divergencias y enfrentamientos, los cristianos deberíamos exigirnos mutuamente una cosa: “esperar contra toda esperanza” en Jesucristo.
El creyente no puede mantenerse ajeno e indiferente ante tantos hombres que no comparten su fe, pero que se esfuerzan por mejorar la sociedad, animados por otras esperanzas y objetivos más inmediatos. Pero, el cristiano tampoco se identifica sin más con cualquier movimiento transformador. Por una parte, sabe relativizar esas esperanzas siempre limitadas y orientarlas hacia el futuro último que le espera al hombre.
Por otra parte, el cristiano rechaza la presunción que puede encerrarse en una lucha que pretende realizar de manera definitiva la historia en un momento determinado de la misma. Las metas que logramos los hombres son siempre provisionales, penúltimas. Nuestra meta última está en Dios, Padre de nuestro Señor Jesús.
A partir de la resurrección de Jesús, los cristianos comprendemos la vida del hombre de una manera radicalmente nueva y nos enfrentamos a la existencia con su horizonte nuevo. El mal no tiene la última palabra. Si hay resurrección, ya el sufrimiento, el dolor, la injusticia, la opresión, la muerte no tienen la última palabra. El mal ha quedado “despojado” de su fuerza absoluta. Si la muerte, último y mayor enemigo del hombre, ha sido vencida, el hombre no tiene ya por qué doblegarse de manera irreversible ante nada y ante nadie. Las muertes, las luchas, las lágrimas de los hombres continuarán, pero, si se vive con el espíritu del Resucitado, no terminarán en el fracaso. Los cristianos nos enfrentamos al mal y al sufrimiento de la vida diaria, sabiendo que a una vida “crucificada” solo le espera resurrección. Nos sostiene la palabra de Jesús: “En el mundo tendréis tribulación, pero, ánimo, yo he vencido al mundo” (Jn 16, 33).
La resurrección nos hace Cristianos esperanzados, y esta esperanza tiene algunas características esenciales:
a) Realismo: Los creyentes han sido acusados con frecuencia de irrealismo La única postura válida y realista será enfrentarse a la realidad presente sin soñar con un futuro que todavía no existe y que no sabemos si existirá alguna vez. Los cristianos creemos que la única manera realista de acercarnos a la vida es tomando en serio todas las posibilidades que se hallan encerradas en la historia de los hombres. El creyente se acerca a la realidad como algo inacabado, algo que está en camino de realizarse, algo que está en construcción. El que se aferra a la realidad tal como es, el que se instala y se establece en esta vida tal como actualmente es, no es realista pues excluye el futuro, niega el porvenir y, por lo tanto, niega las posibilidades que encierra la historia de los hombres. Solo desde la esperanza cristiana buscamos nosotros un significado pleno a la vida.
b) Inconformismo. El que de verdad cree, espera y ama el futuro último de Dios para los hombres no puede conformarse con el mundo actual tal como está. La esperanza no tranquiliza al creyente sino que le inquieta, ya que nos descubre la distancia enorme que todavía nos separa del futuro último de Dios que nos está reservado. El cristiano, precisamente porque cree en un mundo nuevo, no puede tolerar la situación actual llena de odio, mentira, inquietud, injusticia, opresión, dolor y muerte. Su esperanza le obliga a cambiar, renovar, transformar, dejar atrás todo esto. La esperanza cristiana, bien entendida, desinstala e impulsa al creyente a adoptar una actitud de inconformismo, protesta, lucha, transformación y renovación. El que no hace nada por cambiar la tierra es que no cree en el cielo, pues acepta el presente como algo definitivo (Ef 5, 8-11).
c) Compromiso. La esperanza cristiana debe impulsar al creyente a configurar la realidad actual a la luz del futuro que se nos promete en Cristo, para crear ya, en lo posible y lo mejor posible, lo que estamos llamados a vivir definitivamente. Los creyentes deben luchar ahora contra toda injusticia, esclavitud, odio, deshumanización, pecado_ que esté en contradicción con lo que esperamos para el hombre. La esperanza cristiana debe destruir en nosotros toda falsa resignación ante el mal instaurado en nuestra sociedad o en nuestras personas.
d) En comunidad. La esperanza cristiana no se puede vivir aisladamente sino en comunidad. Todos los creyentes formamos “un solo cuerpo y un solo Espíritu como una es la esperanza a la que hemos sido llamados” (Ef 4, 4). Por encima de nuestros conflictos, divergencias y enfrentamientos, los cristianos deberíamos exigirnos mutuamente una cosa: “esperar contra toda esperanza” en Jesucristo.
El creyente no puede mantenerse ajeno e indiferente ante tantos hombres que no comparten su fe, pero que se esfuerzan por mejorar la sociedad, animados por otras esperanzas y objetivos más inmediatos. Pero, el cristiano tampoco se identifica sin más con cualquier movimiento transformador. Por una parte, sabe relativizar esas esperanzas siempre limitadas y orientarlas hacia el futuro último que le espera al hombre.
Por otra parte, el cristiano rechaza la presunción que puede encerrarse en una lucha que pretende realizar de manera definitiva la historia en un momento determinado de la misma. Las metas que logramos los hombres son siempre provisionales, penúltimas. Nuestra meta última está en Dios, Padre de nuestro Señor Jesús.
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